martes, 31 de diciembre de 2013

La vida como parque de diversiones...

Después de pasar el último día del año en el Parque de Diversiones, me quedaron algunas ideas dando vueltas...

Uno podría ver la vida como un parque de diversiones en el que uno tiene que hacer que valga el boleto que compró, sobre todo si se trata de un pase especial.

Escogemos los juegos a los que subimos y a otros vamos más por el empuje de la compañía que por el convencimiento. Sabemos de primera entrada que algunos no son para nosotros, así que vemos los toros desde la barrera.

Con otros, nos animamos a probar y con suerte, al llegar a la entrada, podemos dar media vuelta y cambiar de rumbo porque nos damos cuenta de que no nos conviene, mientras que en ocasiones ya estamos allí, arriba o abajo, sacudidos, removidos y con ganas de parar y decir "me quiero bajar", pero no se puede si no hasta que, a manera de un tránsito planetario por una casa determinada, termine de pasar.

La vida puede ser como esa visia al parque de diversiones, vas a eso, a pasarla bien. Sin embargo, una vez allí, hay que caminar para hallar la atracción mecánica que quieres disfrutar, hacer fila y hacerse el loco con las demoras y luego, por fin, ese pequeño espacio para liberar energía y que solo dura un "ratico"... igual que la felicidad está hecha de ratitos.

Bajadas vertiginosas, giros locos como los que hace el destino, subidas empinadas como cuando te caes y hay que sacudirse el polvo de las rodillas para seguir, cosas que te ponen de cabeza como ciertas emociones que te encontrás a lo largo de los años...

Sí, la vida puede ser como una visita a ese lugar de juegos en el que estás dispuesto a asolearte o llevarte un aguacero encima, es dejar que el viento te despeine y te alborote el cabello, es buscar energía para seguir disfrutando porque no quieres que se acabe...

Yo quiero hacer valer mi boleto. Espero que ustedes también. ¡Feliz Año Nuevo!


jueves, 26 de septiembre de 2013

Cabello para donar

Hace meses venía con la idea. La había conversado con las chicas, no para pedirles permiso, sino para contarles que es una iniciativa que existe y que con algo tan simple se ayuda a mujeres que padecen cáncer.

Mi hija mayor era la que más se oponía, decía que era más sencillo que fueran a comprar cualquier peluca o que se pusieran un pañuelito en la cabeza. Le conté que no todas las mujeres se sienten bien con un pañuelo en lugar de una cabellera y que la sensibilidad de la piel que cubre el cráneo es aún mayor después de un tratamiento. También le comenté que quizás estábamos ayudando a gente que no conocíamos, pero que el día de mañana podía ser cualquiera de nuestra familia...


Después de escucharme, lanzó un suspiro y dijo: "pero que no te quede muy corto".

Pasaron un par de meses más y las palabras me alcanzaron; una de mis tías tiene cáncer y hoy, con mayor razón, me quité 24 cm de cabello.

sábado, 27 de abril de 2013

La métrica de mi padre

Para mi papá no existían las materias fáciles o difíciles, ni las materias poco importantes, por lo tanto, había que traer buenas notas en todo.

Para mi buena fortuna, a mí me gustaba mucho ir a la escuela. Aunque soy de una familia grande, de seis hermanos, soy la típica hermana del medio que no encajaba con los grandes y tampoco con los pequeños, por lo que ir a clases me resultaba genial hasta el punto en que las vacaciones de tres meses se me hacían eternas.

Una vez, cuando estaba en cuarto grado, la tarjeta de notas iba con 100 en todas las materias, con excepción de música en la que tenía un 90 y ya no recuerdo bien si fue que falté con alguna tarea. Lo que si tengo muy clara fue la llamada de atención que recibí... para él, que amaba la música y que a todos nos había puesto a aprender a tocar un instrumento (mis dos hermanos mayores estuvieron en la Sinfónica Juvenil), aquel 90 echaba a perder mis calificaciones y tanto se enojó que se negó a firmar mi nota. Así fue como aquel cartón amarillo no llevó estampada la elaborada firma de mi papá (le encantaba la buena caligrafía) y, en su lugar, mi mamá suscribió el recibo de la nota.

¿A qué viene el recuerdo? Hace varias semanas hubo reunión de padres de familia de la sección en la que está mi hija mayor, que cursa tercer grado.

Padres y madres se estaban quejando del horario, pues este año se hizo más extenso pues incluyeron más materias "especiales" (el año pasado no habían tenido Música y un semestre recibieron Artes y el seguiente Educación para el Hogar). De repente me sentí como una extraña en medio de aquella discusión en la que alegaban que los niños estaban perdiendo horas  que podrían ser dedicadas a estudiar las materias "importantes"; madres que decían que ellas trabajan y que hay más tareas y menos tiempo.

En media reunión me acordé de él, de mi papá... y entonces, creo que les caí mal al resto porque me negué a firmar la carta con las quejas. Al fin y al cabo, yo también trabajo, superviso tareas por teléfono, llego a revisar por la noche, busco información en horas de almuerzo y dedico fines de semana a estudiar un rato y hacer lo que haya que hacer, y muchas veces estoy cansada.

Pero ese no es el punto, el punto es que esas materiales "especiales" son parte de la formación integral de un niño. El arte es una ventana para que expresen sus pensamientos y sentimientos de diversas formas, para que sean creativos, para que busquen soluciones para hacer las cosas, para que experimenten sensaciones... y ni que decir de la música y su influencia en el ánimo, la capacidad de concentración y de aprendizaje, y de las canciones en la comprensión de las palabras.

Si nos vamos a la educación física los beneficios están en la adquisición de habilidades motoras como saltar, trepar, escalar, lanzar, etc., en los que predomina la coordinación neuromuscular.

Aquella vez que mi papá no me firmó la nota, no fue un castigo, fue una lección: todo lo que me enseñaban en la escuela era importante.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Más que palabras

Siento una particular fascinación por el lenguaje no verbal, por aquello que se dice sin articular palabra y se refleja en los ojos, la boca y el cuerpo, y no es que esté siempre atenta a observarlo, pero a veces me encuentro con cosas que definitivamente llaman mi atención.

Claro, quizás el video que les quiero mostrar no me sería tan llamativo sin conocer un poco la historia que hay detrás.

Es una de esas historias que parecen salidas de un libro...  Y es que la realidad y la ficción son cómplices y se copian una a la otra.

Marina Abramovic y Ulay mantuvieron una intensa relación amorosa y artística. Ambos tenían interés por lo ritual, lo simbólico y las relaciones humanas, y durante doce años se dedicaron al perfomance.


Solo para poner un ejemplo,  en una pieza que titularon "La muerte misma", con la que exploraban la habilidad del individuo de absorber la vida de otra persona, cambiándola y destruyéndola, unieron sus bocas respirando el aire que exhalaba el otro hasta caer inconscientes pues sus pulmones se llenaron de dióxido de carbono.

Siempre apegados a lo simbólico, cuando su relación se acercaba al final, realizaron una última performance titulada "Los amantes" y ambos caminaron 2.500 kilómetros, desde cada extremo de la Gran Muralla China, hasta encontrarse en el centro, darse un abrazo final y dejar de verse y hablarse durante 23 años.


En el 2010, el MoMA fue escenario de una gran retrospectiva de la obra de Marina, allí ella
realizó la presentación performática más extensa de su carrera "The Artist is present" y pasó 716 horas y media sentada inmóvil frente a una mesa, donde los espectadores hicieron largas filas y tomaron turnos para estar un minuto enfrente de ella y mirarse a los ojos.

Tras 23 años, Ulay hizo una aparición sorpresa y acá pueden ver ustedes el video.




jueves, 7 de febrero de 2013

Bisturí

Siempre escuchó decir que la belleza cuesta. Lo confirmó cuando empezó a buscar cómo hacerse esos "arreglitos" que le ayudaran a verse mejor, sin darse cuenta que ya era bonita.
Quería poner relleno en ciertas partes de su cuerpo como si con ello fuera a eliminar los huecos de las relaciones vacías que hacían eco en su interior.
Cuando encontró la opción que más se ajustaba a su presupuesto, dejó que el bisturí y las agujas hicieran su trabajo sin cuestionarse mucho la calidad.
Días después encontraría la otra verdad: la belleza cuesta, pero también puede costar la salud o la vida.
Acostada sobre la camilla, mirando hacia la luz del quirófano y a la espera del efecto de la anestesia, pensaba en todos los cambios a los que se puede someter el cuerpo, pero al alma, que no admite maquillaje, solo alimentándola se logra embellecerla.


domingo, 27 de enero de 2013

Ausencia

Se encontró con unos grandes ojos almendrados, del color de las aceitunas, y con mirada afilada, de las que atraviesan. Se hacían acompañar de una nariz recta y larga que terminaba casi al tocar su amplia sonrisa.

El dueño de aquel conjunto se disculpó, con un acento poco familiar, por interferir el paso.
 

Ese choque visual tan directo llamó su atención y se sintió invitada a observar un poco más. Tras de él venían tres niños, cuyas edades oscilaban entre 11 y 4 años y más atrás, en un coche, una pequeña como de dos. Al final, estaba su mujer con el cabello completamente cubierto, vestida de manga larga y cuello alto, muy abrigada para una tarde de verano.

Su rostro era hermoso y sus ojos estaban cuidadosamente delineados de negro, pero no tenía expresión, no había una sonrisa, ni una ceja levantada, solo parecía ausente...
 
El hablaba en su idioma y su compañera nada respondía, no hacía ningún gesto, solo miraba al frente.

Mientras contemplaba la escena, imaginó que cualquiera podría pensar que eran una linda pareja, mas sus lenguajes corporales eran opuestos. Luego, pasó a las preguntas: si aquella mujer alguna vez soñaba con salir a la calle con el cabello suelto y dejar que el viento la despeinara, si se imaginaba recorriendo una playa con el sol sobre la piel...

Se olvidó entonces de los ojos aceitunados que la incitaron a curiosear y se percató de que muchas mujeres, independientemente de la cultura y la vestimenta, caminan por la vida como si no estuvieran presentes. Recordó que un día, ella misma, sin necesidad de cubrir su cabeza ni su cuerpo, se había perdido y ausentado de su vida.